Piratas, golosinas y nueva compañía
Edward 3 años / Bella 2 días
Edward tocaba las teclas de su piano, negra,
blanca, blanca, negra, blanca, negra, negra, negra… una y otra vez sin
cansarse. Su madre se había ido hace
unos días y él sabía muy en el fondo el motivo de su partida. Había ido a
buscar a la nueva integrante de la familia al hospital. Papá se lo había
explicado, mamá también, pero para él era incomprensible, ¿qué un bebé
estuviera viviendo en la panza de mamá? Eso era imposible, a menos que se lo
hubiera comido, pero mamá no hacía esas cosas. No comía bebés. Que él supiera…
aunque últimamente le gustaba comer mucho y quizás los mayores se habían
equivocado y esa panza no era por un bebé sino por mucha comida.
La nana Elizabeth lo había estado cuidando esos
días, aunque extrañaba a sus padres, amaba estar en casa de la nana, le gustaba
jugar dentro del gran ropero marrón donde la abuela guardaba sus zapatos
viejos, él se imaginaba que era un viejo barco pirata y que los zapatos eran
municiones, mientras mantenía uno de sus ojos tapados con un calcetín del
abuelo.
--Tiera a vista!—gritaba al tiempo que miraba por
su monóculo, bueno… un frasco de talco para pies contaba como uno. Enarbolaba
la espada cual espadachín heróico y lanzaba un grito de conquista… bueno,
espada… el baston del abuelo contaba. Mientras su pancita rugía cuando el olor
a pastel de manzanas de nana se apoderaba del barco pirata, él abandonaba la
nave y el ropero viejo de la abuela volvía a ser lo que era… solo un ropero.
Le gustaba trepar al árbol de manzanas de la nana
y sacar las rojas frutas para comerlas o buscar gusanos en el interior de las
que tenían un agujerito, le gustaba juntar en una canasta algunas de las rojas así
la abuela le hacía un pastel cada domingo. Pero lo que más le gustaba de la
casa de la nana era el escondite secreto de golosinas. Y para él era una enorme
aventura tomarlos.
Entonces ahí ya no era un pirata conquistador, se
convertía en el hombre araña, veloz y muy ágil.
Había que trepar una silla estratégicamente
colocada justo debajo del gran buró del abuelo donde se pasaba las tardes
lustrando sus zapatos, luego se trepaba una mesa que había al lado y de
puntillas llegar al frasco de porcelana blanco, había que sacarlo suavemente
del lugar y dejarlo sobre la mesa, abrirlo, sacar algunas golosinas y volverlo
a su lugar y luego, sin que nadie se enterara, había que bajar de la mesa y
saltar de la silla y… Taran! Golosinas atrapadas. Amaba la casa de su abuela…
Ese día, aburrido no había hecho otra cosa que
suspirar apenado mientras pensaba en qué momento mamá y papá lo irían a buscar.
Si… a veces la casa de la abuela no era tan divertida como él pensaba. A veces
solo se sentaba en el gran piano de cola que a él le llamaba tanto la atención
y tocaba teclas al azar. Los sonidos eran tan lindos que a veces lo relajaba y
le daba sueño, le gustaría saber tocar como el abuelo lo hacía… era tan
divertido.
Dejó de tocar su piano cuando oyó el sonido de la
puerta, papá y mamá habían vuelto. Saltó de su taburete del piano y comenzó a
correr hacia la entrada, pero se detuvo en seco cuando vio el pequeño bulto en
brazos de mamá, que entraba despacio a la casa.
Vaya… en esos días no había comido tanto. Ya no
tenía tanta panza pero ahora tenía algo en los brazos que se movía y se
quejaba.
Esme se puso de cuclillas frente a él y lo
abrazó, papá le sacudió el cabello con una mano diciéndole “Hey Campeón!...
¿cómo te has portado?” y la abuela le decía cosas extrañas al bulto en brazos
de mamá, él no comprendía… hasta que la vio.
Era… mmm… arrugada, fea, pequeña y ruidosa.
Parecía que quería golpear a alguien, a juzgar por esas manos en puño que
agitaba débilmente, y mmm… tenía que admitir que olía rico, como a fresas…
quizá caramelos.
-Edward, ¿no
estás contento cariño? Ella es Bella… tu hermanita- el niño de 3 años negó con
la cabeza porque simplemente no se sentía contento. Por supuesto que no lo
estaba, esa cosita había llegado para invadir los brazos de mamá. Y no le gustó
ni un poquito.
- No la quelo—la garganta le apretaba --quelo que
se quede con la nana- murmuró apartando la mirada de la pequeña en brazos de su
mamá, quien lo miro con tristeza, la llegada de su hermanita no le caía nada a
gusto.
-Mira que hermosa es... Tiene los ojos de mamá y
la nariz de papá y el color de tu piel, ¿y sabes qué? su nombre significa
“hermosa”… ¿no crees que lo es?- el niño negó y con voz temblorosa agregó
-La odio-
Esme y Carlisle
solo se quedaron mirando allí, cómo su pequeño hijo de tres años desaparecía
corriendo tras las puertas que daban al patio.