Capitulo 1: Isabella Swan

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Isabella Swan

La mujer que me devolvía la mirada en el espejo era aquella que me había acompañado en los últimos 6 años, su cabello ondulado y castaño claro con algunas mechas de un rojizo natural caía sobre sus hombros enmarcando su cara, su piel pálida y sus ojos marrón chocolate ahora apagados y sin ese brillo que me había acompañado durante la adolescencia me desvían la mirada a través del cristal del espejo. A través de los años había comprendido que una persona puede vivir mil vidas a lo largo de una, unas peores que otras y sin embargo de todas nos llevamos algo… aprehendemos en el sentido más literal de la palabra. Adquirimos lo que en nuestras sucesivas vidas nos hará más fuertes y menos vulnerables a las heridas, pero lo que nunca pensé es que esa posibilidad de crecer de tal manera llegara a mi vida a tan temprana edad… como si mi vida ya no hubiese sido dura.

Dejé la casa de mi padre a la temprana edad de 15 años, crecí por decirlo de alguna manera dentro de una familia disfuncional… nunca supe lo que era tener un padre y una madre que se amaran y que estuvieran allí para cuando los necesitase. Siempre pude arreglármelas sola desde muy pequeña, aprendí a ser mujer sin el apoyo de mi madre y con la indiferencia de mi padre y se puede decir que esa fue la prueba más grande. Mi vida cambió cuando mi padre decidió que ya era mayor como para estar en su hogar cuidando de mí, fue una sorpresa que a esa edad me enviara a una de las más prestigiosa escuelas para señoritas de Europa, donde supuestamente había obtenido una beca.

Por supuesto que sacarse de encima a su única hija solo había sido el comienzo de una cadena de hechos que habían provocado el rompimiento total del lazo que me unía a mi padre. Estudiando dentro del Instituto en Europa había comprendido que de alguna manera mis estudios estaban abalados y pagados por quien ahora era mi esposo… Benjamín Plath, que lo había hecho con el consentimiento de mi padre.

_Señora Isabella, su desayuno está listo_ murmuró con parsimonia Loise, mi ama de llaves. Suspiré dejando los recuerdos atrás y terminé de peinar mi cabello mientras veía por el espejo a Loise preparar el atuendo que me tocaba llevar puesto hoy

_Yo puedo elegir mi propia ropa Loise_ dije dejando el cepillo sobre la mesa y levantándome del taburete, caminé hacia la cama y tomé lo que ella me había preparado, por alguna razón Benjamín confiaba mejor en el criterio de Loise para vestirme que en el mío… tal vez porque yo hubiese elegido tan solo unos pantalones cómodos y una camiseta de algodón.

_Lo siento señora, ya sabe que al señor le gusta que la asesore en este aspecto_ dijo con una sonrisa. Asentí despojándome de mi bata y comenzando a vestirme rápidamente mientras Loise me acercaba las prendas. Me vestí con una falda blanca de mezclilla que se ajustaba a mi cuerpo acentuando las curvas de mi cintura y caderas, un suéter azul marino entallado y un par de zapatos de tacón al tono, realmente mi ama de llaves tenía mejor criterio que yo y eso saltaba a la vista, siempre era ella quien me acompañaba de compras y siempre atinaba con lo que mejor me quedaría y que al mismo tiempo le gustaría a mi esposo.

_Su desayuno está en la terraza señora_ dijo saliendo de mi habitación luego de haberme ayudado con mi arreglo personal.

En la terraza de mi habitación, que daba directamente al gran patio trasero de la mansión, me esperaba un desayuno generoso del cual solo ingería la mezcla de frutas tropicales y el té. Me senté en la silla de fierro blanco que formaba gráciles figuras en su diseño y tomé un poco de mi té que estaba a temperatura justa, tomé con el tenedor un poco de mango y kiwi y di por finalizado mi desayuno. No entendía por qué se empeñaban mis damas de servicio a preparar un desayuno tan extravagante para mí si siempre la bandeja volvía con lo mismo a las cocinas, lo único que no cambiaba era mi afición por mi té.

Minutos después dejé mi habitación para encaminarme por el gran corredor del piso superior hasta las escaleras donde me encontré a Loise que llevaba mi abrigo y mi bolso,

_Señora Isabella, el señor la espera en el coche para ir al almuerzo que tenían programado_ murmuró apaciblemente, tomé mi abrigo y mi bolso y bajé las escaleras resignada,

_Gracias Loise, llama por favor a la señorita Rosalie y dile que hoy no podré concurrir a tomar el té en su casa_ murmuré antes de pisar el último escalón,

_Si señora, que pase una buena tarde…_ oí que decía, salí por la puerta poniéndome mis lentes oscuros y bajé las escaleras de entrada, al final de éstas estaba esperándome la limousine negra que Benjamín acostumbraba a usar para sus salidas, hubiera preferido manejar mi Cooper negra pero sabía que a mi esposo no le agradaba ir en un auto donde una mujer este al volante… a él no le apetecía conducir, prefería siempre que lo hicieran otros por él… excepto una mujer.

_Buenos días señora_ dijo con su cordialidad habitual Sam, nuestro chofer, abriendo la puerta del auto.

_Buen día Sam_ musité antes de subir al auto en el que ya me esperaba mi esposo enfrascado en la lectura de unos papeles. No hubo saludo de por medio como siempre, ni un beso, ni una mirada, como siempre… la frialdad de mi marido era tan palpable que me sorprendía que aún tuviera éxitos en su negocios a pesar de todo, obviamente la razón se debía a que la misma conducta… el mismo carácter que utilizaba con los negocios lo utilizaba en su hogar.

_Te dije que no está a tu altura que andes saludando a la servidumbre_ murmuró sin despegar los ojos de los papeles que analizaba escuetamente,

_Tal vez tu no sepas de cordialidad, pero lo que soy yo… jamás cambiaré eso_ dije con voz lúgubre mirando la ventanilla, el rió sínicamente antes mis palabras y no dijo más nada.

Realmente el poderoso Benjamín Plath podía ser muy intimidante cuando se lo proponía, pero yo… yo sabía cuáles eran sus ases a jugar, cuáles eran sus cartas sobre la mesa y cuáles bajo la manga y él sabía muy bien que conmigo no podía desplegar su intimidante capacidad de manipular… él sería muy bueno en su trabajo, en los negocios y en el poder en general… pero conmigo Benjamín Plath eras solo eso… un hombre cegado por el dinero, el poder y el reconocimiento.

Tres años luego de haber ingresado a la prestigiosa escuela Begman´s Ladys en Europa supe que mi padre había obtenido un benefactor para mí, un hombre poderoso que se encargaría de mi educación, de mis gastos personales y de mi cuidado una vez que egresara del lugar… un esposo a cambio de una buena posición económica para mi padre.

El primer día que vi a quién hoy se sentaba a mi lado en la limosina, fue el día que salí de allí… un hombre altivo que se escondía bajo la apariencia de humildad y sencillez en conjugación con su buena apariencia… de porte alto y delgado, de hombros estrechos y mentón débil, su cabello rubio, corto y bien peinado, siempre prolijo y elegante con esos ojos grises penetrantes y sagaces que jamás serían capaces de ver mi alma, sus labios fruncidos arrogantemente todo el tiempo y su piel de tez castaña tirando a pálida… en apariencia joven a pesar de sus 35 años en esos momentos.

Ese día él personalmente me esperaba para llevarme a vivir en su casa en Londres donde seguí mis estudios como Máster en Literatura, la cual nunca le pude sacar provecho al estar restringida en mi gran mansión donde solo hacía de esposa suya. A los 22 años, luego de caer en su presunto amor, pidió mi mano en matrimonio… ese sería el paso que afianzaría nuestra relación según él y el que me ataría de todas formas posibles a ese hombre que en un principio creí amar. Sin nadie que sacara la venda de mis ojos, me resigné a casarme con el frío hombre de negocios que supe que era unos años después y que se escondía bajo esa mascara de amor y comprensión tan inexistente ahora.

Nos casamos en Florencia, Italia hace ya cuatro años en una pequeña ceremonia privada a la que tuvo el descaro de ir mi propio padre. Ese fue el mismo día en que romí relaciones con él y desde ese día jamás lo volví a ver… él prácticamente me había obligado a caer en los brazos de Benjamín solo para obtener el dinero necesario para salir de la banca rota y luego me había empujado a las manos de la infelicidad, aquella que descubriría meses más tarde luego de mi matrimonio, algo que jamás le perdonaría.

Hoy estaba aquí, luego de años de indiferencia en los que por supuesto me había obligado a mí misma a cumplir con mi papel marital, aquél que me correspondía por ser su esposa, me encontraba a lado del frío y calculador millonario del cual solo me había resignado a obtener dinero ilimitado y una libertad restringida. Nunca supe por qué me había elegido a mí, una sumisa Isabella Swan que se había resignado fácilmente a lo que él me había demostrado en su momento… y que luego con el pasar de los años descubrí como una total mentira. ¿Su objetivo?... aún no lo descubrí… tal vez su presunta amistad con mi padre que había trabajado bajo su amparo por años antes de ser mi benefactor o tal vez su gusto por las mujeres hermosas y pacíficas, algo que había aprendido a tolerar a lo largo de nuestros años de matrimonio. En verdad había a aprendido a tolerar todo de él, hasta su exacerbado apetito sexual al principio de la relación, el cual había disminuido a medida que mi indiferencia crecía. Seguramente tenía amantes por allí… no lo sabía y tampoco nunca me afané por averiguar, también había aprendido a convivir con ello… sus llegadas tardes, sus salidas nocturnas y sus viajes de negocios eran los que me daban la libertad que tan perdida había creído. Nunca pensé en hacerle lo mismo, no caería tan bajo como para obtener en otro lugar lo que en casa no obtenía… solo me limitaba a ser la perfecta señora Plath para los demás y simplemente Isabella puertas adentro, con mi amor por la literatura, mi gusto por la música clásica, mi preciado violonchelo y las sinceras pero escasas amistades que tenía y con las que compartía mi tiempo libre.

_El sábado por la noche habrá un baile de beneficencia_ murmuró Benjamín sacándome de mis cavilaciones, suspiré asintiendo… una vez más tendríamos que hacer como que éramos el perfecto matrimonio de la alta sociedad, algo que me aburría constantemente _enviaré a Emily para que te recoja y vayan a elegir tu atuendo, es una gala importante y deberás comportante como lo que eres…_

Emily era su asistente personal, ella siempre era la encargada de ayudar con mi elección cuando estos bailes se presentaban, era la mejor sabía de la moda para estas ocasiones según él.

_Lo sé… la honorable esposa de Benjamín Plath… lo sé_ dije con un dejo de sarcasmo, este matrimonio de honorable no tenía nada y de eso se encargaba él.

_Compórtate Isabella, los empresarios con los que iremos a almorzar ahora son una buena influencia, lo cual es importante para la compañía…

_Lo sé, siempre dices lo mismo, sé cómo debo comportarme… tan sínica e hipócrita como tú lo haces_

_Solo te pido que te pongas a la altura de lo que eres, no caigas tan bajo como la vez que te embriagaste en la fiesta de los Valencia_ escupió con desagrado

_Está bien, no lo haré… solo trata de no desaparecer con alguna rubia esta vez, si yo me pongo a la altura de las circunstancias, tú también hazlo…_ dije mordazmente, él arrugó los papeles que tenía en la mano pero se abstuvo a replicar cuando notó que ya habíamos llegado a nuestro destino. Bajé de la limusina cuando Sam abrió la puerta y me ofreció la mano y me adelanté a mi esposo a entrar en el glamoroso restauran El Venecian de la ciudad de Seattle. A penas crucé la puerta sentí que me tomaban del brazo, miré en seguida para ver que era Benjamín que me apretaba a su lado tomándome de la cintura

_Ni se te ocurra pasarte de lista Isabella, compórtate como lo que eres de una maldita vez…_ dijo cerca de mi oído, el recepcionista nos miraba con discreción esperando que nuestra pequeña discusión terminara

_Lo haré mi amor, no te preocupes… seré lo que tú quieres que sea_ dije con una sumisión fingida, lo oí rechinar los dientes pero no le di importancia, tomé su brazo y sonreí al anfitrión

_Señor y Señora Plath, bienvenidos al Venecian…_ dijo el recepcionista acercándose a nosotros segundos después, _por favor por aquí, los llevaré a su mesa… los están esperando_ nos guió entre las mesas hasta llegar a una donde se encontraban sentados cuatro hombres de mediana edad enfundados en sus trajes con sus respectivas esposas a su lado. La sonrisa cínica de mi esposo apareció en su rostro al saludar a todos los comensales en la mesa como si la vida se le fuera en ello,

_Señores, es un placer presentarles a mi amada esposa, Isabella Swan…_ dijo a todos señalándome con la mano, saludé a cada uno de ellos bajo la mirada desdeñosa de las mujeres que me veían de arriba abajo, miradas de las que ya me había acostumbrado. En ese mundo en el que mi marido se movía no era muy difícil encontrar enemigos movidos por la envidia, el rencor y varios pecados capitales más que fluían como moneda corriente por la alta sociedad. Ya estaba acostumbrada a eso, por lo mismo… hipócrita y todo tal como ellas lo eran me senté junto a nuestros amados a disfrutar de un suculento almuerzo que constaba de langosta con pasta al gratín y ensalada Ceasar, riéndonos de idioteces como las novedades de la semana de la moda en París o los nuevos zapatos Jimmy Choo de su última colección mientras nuestros maridos se sacaban los ojos sutilmente hablando de las alzas en el Mercado de valores, la fluctuación de dólar o la cantidad de acciones vendidas en la semana… Hipocresía en abundancia para saberse poderoso, para creerse el amo del universo y para definir quién de todos tenía más millones guardados en las bóvedas de los bancos de toda Europa.

Sucesivamente a través de los años me había preguntado en contadas ocasiones, ¿qué haces allí Isabella? ¿Qué pretende él de ti?... pues de la misma manera en que las preguntas venían a mi cabeza obtenía las respuestas… nada era todo lo que podía obtener. Sin embargo estaba allí… a su lado y siempre a su merced, porque tal vez no tenía salida, opciones o porque simplemente estaba en una situación cómoda, la sumisa esposa de un multimillonario era el sueño de toda mujer ¿no?... tal vez fuera solo eso.

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Amigas!! primer capi de esta historia, besotes y déjenme sus opiniones!!

Merezco tus palabras?? Gracias!!!

Benjamin Plath