Título:
Rompecabezas.
Penname: MrsValensi.
Rating: T.
Pareja: Edward/Bella.
Penname: MrsValensi.
Rating: T.
Pareja: Edward/Bella.
«Nadie a quién le pregunté supo cómo él
terminó siendo el único al que te entregaste».
Stuck
on the Puzzle – Alex Turner
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Isabella
echó una aburrida mirada por la ventana del tren, viendo como las casas se
sucedían las unas a las otras, causando la nieve sobre ellas una monotonía
desoladora. Encogiéndose un poco en su abrigo y dándole un rápido sorbo al café
del vaso entre sus manos, se perdió en el paisaje, ignorando al hombre frente a
ella que hablaba por teléfono, o a las dos mujeres que conversaban más alto de
lo que debería haber estado permitido a aquellas horas de la mañana.
La
vida en Nueva York estaba lejos de ser tan emocionante como había creído en un
principio. Su rutina se había vuelto tan absurdamente llana desde que se había
mudado a Long Island, que muchas veces sentía que se encontraba de nuevo en el gris
pueblo de Forks, donde había pasado sus años adolescentes. Todos los días
tomaba el mismo tren, exactamente a la misma hora, para dirigirse a la
universidad y luego dejarse caer por el trabajo de medio tiempo, repitiendo un
horario que comenzaba a abrumarla.
Llegada a la estación de sobre la Séptima
Avenida, la muchacha se bajó del tren y se mezcló entre la multitud. Había
tenido, hasta el momento, una destacada carrera en la Universidad de Nueva
York, en el departamento de literatura, dispuesta a transmitir la pasión que
sentía por las letras. Su sueño de convertirse en profesora había sido sólo una
consecuencia de sus deseos de estudiar algo de lo que, sabía, unos pocos
conseguían subsistir. No se arrepentía de su elección, en absoluto, pero a
veces se preguntaba si realmente sería capaz de seguir con aquel tipo de vida.
Su imaginación siempre le había pedido más y su tenacidad jamás le había
permitido conformarse con menos. Su soñadora mente siempre había creído en una
inverosímil vida llena de aventuras, con un príncipe azul y un final feliz.
Pronto, sin embargo, la vida le había asegurado que aquello era mejor dejarlo
para las páginas de las novelas que escribía. La ficción debía quedarse a donde
pertenecía.
Las
clases pasaban en períodos oscilantes, que se dividían entre las materias aburridas
y aquellas que a Isabella le interesaban; el trabajo era monótono, y el frío de
la ciudad hacía todo mucho más difícil de llevar a cabo.
—Creo que no podremos irnos todavía, ¿cierto?
—comentó Jessica Stanley, echando una mirada furtiva por la ventana de la
cafetería donde ambas trabajaban—. Es una tormenta fuerte.
Isabella asintió, deshaciéndose del delantal del
uniforme. Ella y Jessica habían estado juntas en la preparatoria y ambas habían
decidido seguir sus estudios en Nueva York. Aunque sus especialidades eran
totalmente diferentes y vivían en distintas zonas de la ciudad, el café quedaba
cerca para ambas y Jessica le había sugerido solicitar el puesto. El horario
era accesible; la paga, lógica y el lugar se encontraba acondicionado para
sobrevivir al cruel clima invernal. No era malo, realmente. Además, Jessica
siempre insistía que, desde que ella había llegado, las ventas habían
aumentado. Aunque Isabella no creía que así fuera, la joven Stanley no dejaba
de asegurarle que algunos de los clientes masculinos se habían vuelto regulares
desde su llegada.
—El servicio de trenes debe estar interrumpido
—comentó la joven castaña, suspirando. No era la primera vez que no podía
viajar a Long Island y debía dormir en algún motel de la ciudad. El clima en
Nueva York siempre era impredecible.
—¿Por qué no te quedas en mi apartamento? —sugirió
Jessica—. Creo que podremos conseguir un taxi que nos lleve hasta Harlem.
La joven Swan suspiró, viendo como los copos
colapsaban incesantemente contra las vidrieras del local. Asintió, incluso
cuando sabía que no tenía encima más que un par de cuadernos y algunos
billetes. La tormenta había sido bastante inesperada, a decir verdad, porque
había sido anunciada para el fin de semana. Estando a jueves, no había pensado
en tomar medidas necesarias para el cambio en el clima. Incluso cuando no era
la primera vez que sucedía, Isabella parecía no adaptarse aún a aquel pequeño
cambio. Cuando vivía en Forks, salía siempre con un paraguas dentro de su
camioneta. Combatir la lluvia, sin embargo, siempre había parecido mucho más
fácil que lidiar con las nevadas.
Jessica tenía un modesto apartamento que compartía
con otras dos muchachas, que estudiaban con ella y que había conocido en su
primer año allí. Isabella las conocía y había salido un par de veces con el
grupo, y a ninguna de ellas parecía molestarle sus casuales visitas y estadías.
Jessica le había contado que no era extraño que sus novios y amigos se pasearan
también por allí, así que no era nada tan terrible. La joven Swan, de cualquier
forma, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar. Siempre había sido muy
correcta, especialmente con aquellos con los que no tenía confianza.
Las dos muchachas llegaron al apartamento, su
cabello y ropas inevitablemente empapadas y sus labios morados por la helada ventisca.
Fueron recibidas por Jenna Moore, una de las compañeras de Jessica. Tanto ella
como las otras dos muchachas estaban dentro del departamento de la escuela
Tisch de arte, aunque sus especialidades se habían bifurcado con el paso de los
años: Jessica estudiaba drama; Elizabeth Jones, la otra muchacha que vivía
allí, se había decidido por el trabajo con guiones, y Jenna era una apasionada
estudiante de imagen, video y fotografía.
—Woah, me sorprende que hayáis podido llegar —comentó
la muchacha cuando las otras dos llegaron a la sala, mientras se hacía un
extraño moño con su largo cabello anaranjado—. Lizzy se quedará en casa de Josh.
Jessica
se encargó de preparar algo rápido para que las tres cenaran, mientras
escuchaban las noticias sobre la nevada, sentadas en la cocina. Aparentemente
la tormenta continuaría durante toda la madrugada y era difícil saber qué
sucedería el viernes. En menos de quince minutos, los periodistas y
meteorólogos habían hecho diversas suposiciones, y parecía que aquello era sólo
el comienzo.
—Ugh, yo tengo trabajo
mañana —comentó Jenna, torciendo la boca.
—Oh… espera, sí —murmuró Jessica de repente, y
parecía… ¿incómoda?—. Esto... ¿Bella?
Isabella dejó sobre la mesa el vaso de soda que se
encontraba bebiendo. Ver a Jessica con aquella expresión de vacilación era algo
extraño de presenciar. La joven Stanley siempre había sido confianzuda y muy pagada
de sí misma; quizás, incluso, en exceso.
—¿Qué pasa? —inquirió la castaña, mientras la otra
inquilina movía sus ojos de una a la otra, curiosa.
—Jenna ha conseguido un trabajo para grabar un
video —dijo ella cuidadosamente.
Bella frunció el ceño.
—Sí, ¿y…?
—El video de… una banda —explicó, con lentitud, mirando a Bella con un
sentimiento indescifrable—. De… The Striped Fellas.
Las palabras resonaron en la mente de Isabella unas
cuantas veces, antes que reamente pudiera procesar su significado. Aunque aquel
nombre era totalmente familiar para sus oídos —algo que Jenna no parecía entender, ya que
enseguida había comentado que no eran tan conocidos y que no tenían la pinta de
ser el tipo de música que la castaña podría escuchar—, la situación era
desconcertante. Los recuerdos en la mente de la joven Swan se volvieron un
torrente difuso, que le provocó quedarse con una expresión ausente por unos
segundos. Jessica se sentó frente a ella en el desayunador de la cocina.
—Yo… he decidido acompañar a Jenna —explicó
la joven Stanley—. ¿Tú… quieres venir?
—No —respondió Isabella automáticamente.
—¿Alguien puede explicarme qué sucede? —pidió
la muchacha de cabello anaranjado.
La castaña se puso de pie, suspirando.
—Voy al baño.
Isabella se levantó y se quedó en el cuarto
de baño por un buen rato, deseando que Jessica aclarara las dudas de Jenna
antes que ella regresara a la cocina. Realmente no quería responder preguntas
sobre la relación que podía establecerse entre ella y aquella banda, cuya
aparición en Nueva York aún le resultaba increíble. La última vez que había
oído de ellos había sido antes de dejar Forks y no sabía qué futuro les
depararía.
Suspiró. Ya no tenía nada que ver con ella,
así que estaba bien.
Nadie hizo más preguntas en relación al
concierto durante toda la noche. Al otro día, sin embargo, Jessica se aproximó
a ella con aquella mirada que evidenciaba que algo sucedía. Se
encontraban en el café, quitándose ya sus uniformes, cuando la joven Stanley le
tendió un pequeño boleto. Con una difusa tipografía, The Striped Fellas resaltaba
en letras negras y brillantes.
—Jenna
tenía una extra —comentó—. Pensé que podrías haber cambiado de parecer.
La joven
Swan negó con la cabeza, aún con la entrada en su mano y con intenciones de
devolvérsela. Jessica simplemente se encogió de hombros.
—Tienes
aún tiempo para pensártelo —dijo, con un tono inusualmente suave—. La verdad es
que… creo que te haría bien ir, ¿sabes? Siento que aún… no has podido…
superarlo, Bella.
Isabella
no respondió, pero tampoco tuvo tiempo para hacerlo, ya que Jessica estaba
cogiendo sus cosas, para luego dirigirse hacia la salida, presurosa. La nevada
de la noche anterior había menguado sobre la tarde, transformándose en una fría
llovizna, por lo que, si bien aún la nieve seguía sobre las calles, los
transportes públicos habían vuelto a su normal funcionamiento.
La joven
Swan echó una distraída mirada al boleto en sus manos. El concierto comenzaba
en una hora y media, en un pequeño pub en la parte baja de Manhattan. Suspirando,
se dirigió a tomar también sus cosas y tiró la invitación dentro de su bolso.
Sólo quería llegar a su casa, tomar una nueva muda de ropa y relajarse con un
baño. Había un motivo por el que Jessica creía que no lo había superado,
y ella lo sabía perfectamente, incluso cuando no quería pensar en ello.
Sin
embargo, en la estación de trenes, todos sus pensamientos dieron un giro
inevitable. Cuando el andén le evocó recuerdos que no quería, cuando sintió el familiar
recuerdo de la despedida, sintió la necesidad de volver a recaer en la mirada
masoquista al pasado. Sin poder evitarlo, se vio a si misma corriendo
ansiosamente por las calles de Nueva York, buscando un taxi que la llevara a
aquel bar cuya dirección figuraba en el boleto en su bolso. Así, con el corazón
en un puño, se sumergió en un viaje de largos minutos, cada uno de ellos lleno
con recuerdos que jamás deberían haber vuelto a su mente. Pero no podía evitar,
ocasionalmente, perderse un poco en ellos. No podía evitar, cuando la nostalgia
la invadía, fantasear con todos esos «que hubiese pasado sí…».
La calle
se encontraba oscura cuando el taxi se detuvo. Sólo podían distinguirse algunos
letreros luminosos de pequeños locales y el ruido dentro del bar que andaba
buscando. Isabella pagó y se bajó del vehículo, su cabello aún húmero. Cogiendo
el boleto, entró al lugar, la música enseguida envolviéndola y absorbiéndola
hacia el interior. Reconocía esa canción, con distorsiones y líneas incansables
de versos presurosos. Recordaba los violentos golpes de batería que había
escuchado alguna vez, mientras el bajo seguía una línea desprolija. Recordaba
todo, porque cada memoria de su adolescencia estaba teñida de aquellas
canciones. Aunque quisiera negarlo, su mente jamás había podido despegarse
completamente de esas composiciones que siempre había escuchado a escondidas,
quedándose después de clases sólo para verlo.
A él, a
ese joven que se erguía en el escenario, guitarra en mano, luciendo tan
dolorosamente atractivo como siempre. A ese, que con su aire despreocupado
seguía cantando los versos de una canción cuyas palabras aún se reproducían en
su cabeza. A él, con aquella intensa mirada esmeralda y el cabello tan
despeinado como a sus diecisiete años.
Edward
Cullen estaba allí, haciendo con su corazón de veintidós años lo mismo que
había hecho la primera vez que lo había escuchado cantar: reduciéndola a nada,
volviéndola vulnerable e inevitablemente perdida en esa tonada ronca que
carecía de letras de amor.
Sólo
llegó a escuchar las últimas dos canciones del pequeño concierto. Después, el
lugar estalló en aplausos y vítores revoltosos, mientras los integrantes de la
banda saludaban distraídamente al público. E Isabella creyó que realmente
podría arrepentirse de su decisión y salir de allí antes que los recuerdos
siguieran carcomiendo su entereza; pero cuando aquellos ojos verdes recayeron
sobre su figura, supo que estaba perdida .Cuando la expresión despreocupada en
el rostro de Edward se transformó en aquella máscara de sorpresa y profundidad,
la joven Swan supo que cualquier otro final diferente al encuentro entre ambos
era absurdo.
La
multitud alrededor del escenario comenzó a disolverse, mientras los miembros de
la banda se disipaban también. Con sus ojos aún fijos en el espigado muchacho,
Isabella lo vio saltar ágilmente del escenario, caminando sin vacilaciones
hacia ella. Había olvidado aquella sensación del corazón a punto de escaparse
de su pecho cada vez que él estaba cerca. Había olvidado el poder que esos ojos
tenían sobre ella.
—Isabella —susurró.
—Edward —respondió ella de igual forma.
Los dos se quedaron observándose en silencio, con aquella intensidad que podía reducir el
entorno a un conjunto vacío. La joven Swan fue la que necesitó desviar la
mirada, sintiendo que sus piernas comenzaban a sentir deseos de ceder.
—¿Crees que podamos… tomar algo? —sugirió la
muchacha, echando una frágil cabeceada en dirección a la barra.
Edward asintió lentamente, sus ojos aún quemando
sobre ella.
—Sí, pero preferiría que buscáramos otro sitio.
Los dos muchachos abandonaron el local, Edward
siendo interceptado e ignorando cualquier felicitación o comentario sobre el
espectáculo. La fría noche los recibió a ambos con húmedos brazos,
arrastrándolos hacia las luces de la avenida. Caminando sin un rumbo fijo,
pasando los escaparates y los grupos de jóvenes que aún merodeaban por las
calles. No había contacto entre sus cuerpos, pero Isabella no podía dejar de
sentirse nerviosa con su mera presencia.
No hablaron por un buen tiempo, simplemente
concentrándose en sus pasos sobre el pavimento. La muchacha dio una mirada de
refilón a aquel perfil anguloso, recordando cada cosa que siempre le había
gustado de Edward. A pesar de la barba inminente y la nueva madurez de su
rostro, la joven Swan no podía dejar de recordar la apariencia de aquel
muchacho con aires de rebelde.
—Te ves
bien —comentó ella, cuando los ojos de él la pillaron observándolo.
Una risa
seca salió de sus labios, convirtiendo las palabras de la joven en una broma.
—Siempre
me pregunté cómo alguien como tú pudo terminar con un tío como yo —comentó, sin
dejar aquella sonrisa, que era todo menos feliz—. Luces increíble, Isabella.
Ella
sonrió un poco. Una sonrisa nostálgica ante aquel humor frío y aquella
facilidad para decir palabras importantes para ella con una total soltura de
cuerpo.
—Estoy
hecha un desastre.
—Siempre
fue tu estilo —replicó él rápidamente, mientras aguardaban en una esquina para
cruzar—. Nunca te arreglaste mucho, pero igualmente traías loco a medio
instituto.
Aquella
simple y dolorosamente honesta frase trajo a su mente todas las memorias de esa
época pasada de su vida. No había relación auténtica entre ambo antes que ella
fijara sus ojos en él, más que compartir las clases de Literatura. Edward era
un chico retraído, con mal temperamento y una increíble habilidad para
intimidar a la gente. Por el contrario, en sus años de instituto, Isabella
tenía buenas notas, se llevaba bien con la gente y siempre se encontraba
rodeada de sus amigos. Eran diferentes. Nadie había tenido que decirle aquello
para que se diera cuenta.
Y, sin
embargo, todos se habían encargado de hacerlo. La primera vez que ella lo había
visto, se encontraba en la sala de música, tocando con su banda. Una teclado,
una batería, un bajo, y aquella guitarra en sus manos. Su voz era ronca, quizás
un poco menos de lo que había sido en esas últimas piezas que la joven había
escuchado, pero igualmente atrapante. Había algo en él que había quedado
grabado en su mente cuando, sin querer, ella se había inmiscuido en el aula
para encontrarse con una de sus compañeras.
Nadie
había apostado jamás por ellos. Todos le decían siempre que Edward no era para
ella. Los amigos de él parecían divertidos ante el hecho de que alguien como
Isabella hubiese puesto sus ojos en un tío como él. Edward no había sido el
único en preguntarse aquello. Cuando se habían besado por primera vez, después
que ella se colara en uno de sus primeros conciertos en público, nadie había puesto
fichas en ellos. Nadie hubiese pensado que, incluso después de cinco años, los
sentimientos serían tan intensos como aquel entonces.
Entraron
a un lugar en silencio, ordenando sólo una soda y una cerveza. Incluso cuando
la música y las conversaciones ajenas parecían una buena distracción, sus ojos
no dejaban de encontrarse furtivamente, alejándolos del resto. Edward la miraba
fijamente, e Isabella se sentía esquiva a aquellos ojos verdes. Era casi un
hábito evitar lo que, en algún momento, había sido una de las cosas más bellas
que había visto en su vida.
—¿Se quedarán mucho tiempo en Nueva York? —preguntó
ella casualmente, mientras sus bebidas llegaban a la mesa.
—No, volvemos mañana —explicó él—. Hemos comenzado
a grabar en un estudio de Los Angeles.
Isabella sonrió, aunque fue una expresión
ligeramente rota.
—Os felicito.
—Gracias.
Allí estaba otra vez la misma situación que habían
vivido tiempo atrás. Si habían terminado juntos, había sido por su mutua
cabezonería y determinación. Nadie había apostado jamás por ellos, nunca habían
tenido alguna opinión positiva del entorno que los rodeaban —por lo menos, no
en un principio—; mas los dos habían sido lo suficientemente tenaces como para
que el juego de miradas casuales se transformara en algo certero. Isabella
recordaba su propia lucha con uñas y dientes para llegar a Edward.
Sin embargo, aquella misma determinación había sido
la que había acabado con ellos. Edward vivía de la música. Después que su banda
se consolidara y consiguiera pequeños shows en Seattle, cuna del Grunge, él no
había dejado de soñar con ello. Edward siempre había estado seguro que aquel
era su camino, tanto como Isabella era perfectamente consciente que su vida
estaba en Nueva York. Desde muy chica había amado la literatura, y había soñado
toda su adolescencia con hacerse un lugar como autora de renombre en la ciudad
de las luces cegadoras. No era la fama, el dinero o el reconocimiento, sino
simplemente la sensación de saber que aquel era su lugar en el mundo. Era
adolescente y soñadora. Tenía toda su carrera por delante. Las cosas no habían
salido como creía que serían, pero jamás se había arrepentido de estar allí,
intentando cumplir su sueño. Incluso cuando estaba lejos de llegar a lo que
había creído que sería, acariciar con la punta de los dedos y saborear aquella
fantasía, aunque fuese ocasionalmente, no parecía tan malo.
El precio a pagar, de cualquier forma, había sido
alto. Ninguno de los dos había dado el brazo a torcer cuando se había tratado
de sus sueños. El lugar de Edward era Los Angeles; el de Isabella, Nueva York.
Y ambos sabían que aquello no podría modificarse. Ellos nunca habían cambiado
por los demás y, ni siquiera estando juntos, habían conseguido transformar lo
que eran.
Los dos siempre habían sabido que lo suyo estaba
destinado a no funcionar. Sin embargo, teniéndolo allí, sentado frente a ella,
las convicciones volvían a darse vuelta para Isabella. Su relación con Edward
siempre había sido así: absurda a la meditación, imposible a la razón, pero
perfecta en esencia. Mirarlo a los ojos dejaba todo en claro para ella, incluso
después tanto tiempo. Ya no podía huir de aquellos ojos del color de las esmeraldas,
cuando lo único que quería era perderse en ellos… una vez más.
—¿Prefieres… que regresemos a mi apartamento? —musitó
ella, sin romper el contacto visual.
La joven Swan nunca se había interesado realmente
por las relaciones, por lo que jamás había estado muy familiarizada con los
formalismos típicos —porque ese adjetivo nunca
había podido definir su relación con Edward—. Después de aquella ruptura por futuros separados,
Isabella no había vuelto siquiera a intentar una nueva relación, motivo por el
cual Jessica creía que aún... no lo había superado. Había rechazado a
demasiados muchachos en los últimos años, usando pobres excusas como sus
estudios, su trabajo y sus metas personales. Sumida en aquella rutina circular,
sólo podía disfrutar de su tiempo libre en soledad, trabajando en sus escritos
y novelas. Había estado bien así. No podía decir que había sido perfecto, pero
nadie la molestaba. Prefería estar sola, que con alguien que no fuese… él.
Edward se dedicó a pagar la cuenta en silencio, poniéndose
de pie con una implícita afirmativa a su propuesta.
Ambos se dirigieron a la Penn Station y
cogieron el tren de la una y media. Con un viaje silencioso, se mantuvieron
impasibles, mirándose a los ojos y compartiendo algo mucho más intenso que lo
que podía significar una conversación por compromiso. Isabella no estaba segura
si le interesaba saber sobre la vida de Edward, e intuía que él se sentía de la
misma forma. Cuando lo miraba así, creía sentir los deseos de haberse quedado
en el tiempo. De alguna forma, parecía tener un absurdo deseo de suprimir
aquellos últimos cinco años y pretender que ellos seguían siendo los mismos. Que
aquella monotonía que se veía por la ventana ya no existía. Que el amor, a
pesar de todo, estaba intacto.
El modesto apartamento de la joven Swan se
encontraba cerca de la estación, en un edificio de pocos pisos y rodeado de
construcciones similares. La muchacha abrió la pequeña puerta del segundo piso,
departamento b, dejando a Edward pasar detrás de ella. Los dos siguieron con
aquel silencio acertado, mientras se despojaban de sus abrigos mojados, junto a
sus sweaters y bufandas.
—¿Quieres café? —preguntó ella.
Edward negó. En su cuello, sobre la camiseta negra,
aún relucía aquella pequeña cruz de plata que Isabella recordaba tan bien.
Había sido un regalo de su madre, que había muerto cuando él era aún un crío,
aunque muy pocos sabían el significado sentimental que aquello guardaba para
él. El muchacho simplemente solía decirle a la gente que lucía bien.
Todo parecía tan inalterable a pesar del tiempo y,
a la vez, tan diferente…
Sin decir
nada, Edward se acercó a ella, hundiendo esas grandes manos en su cabello,
deslizándolas por ellos. Los callosos dedos acariciaron la base de su cuello,
mientras la nariz del castaño tocaba contra la suya y la cercanía se volvía
insoportable para Isabella. Cada entumecida terminación nerviosa de su cuerpo
había vuelto a cobrar vida bajo su toque. Su corazón parecía haber despertado
de un letargo absurdo y trillado. Era él. Siempre sería él.
—Recuerdo cada detalle de ti —susurró el joven
contra sus labios—; cada porción de tu piel, su aroma, su sabor —un cálido
suspiro chocó contra su rostro—. Sigues grabada a fuego dentro de mi cabeza,
Isabella. Jamás entendí cómo terminamos juntos, pero nunca pude olvidarlo.
Antes que alguien pudiera decir algo más, los labios
de ambos colisionaron por voluntad propia. Las manos de la muchacha se
aferraron con ferocidad al rostro anguloso, habiendo deseado aquello desde el
primer vistazo al escenario del bar. Sus bocas moviéndose al mismo ritmo, sus
lenguas enlazándose en una batalla imparcial, sus cuerpos intentando cubrir
cada milímetro de distancia entre ambos… Había extrañado eso. Había extrañado
el aroma y el sabor de Edward, ese que él también alegaba recordar. Había
deseado eso por demasiado tiempo.
Con dedos torpes, Isabella coló sus manos por
debajo de la camiseta del castaño, mientras aquellos dedos, largos y
eternamente cálidos, deshacían los botones de su blusa. Los labios de Edward
besaron su cuello con ansiedad, volviendo su respiración aún más pesada e
irregular. No pudo evitar empujar más su camiseta, hasta que la misma pasó por
la cabeza del muchacho y terminó en el suelo, pronto acompañada por su blusa. Y
los tibios labios del muchacho volvieron a trazar ese familiar camino por su
cuerpo, hasta llegar a sus pechos, haciendo que cada rincón de él ardiera.
Con pasos torpes, los dos se movieron hasta la
habitación, sin preocuparse con los tropezones y los sonidos extraños que
podían significar algo roto. Simplemente se dejaron caer sobre la cama, sin
permitir que los besos y los toques se interrumpieran. Mientras las caricias
comenzaban a aumentar —y la ropa, a escasear—, los dos se miraron a los ojos
una vez más, de aquella forma limpia, libre de rencores y prejuicios. No había
nada entre medio, piel a piel, que los detuviera de saber que aquello era real.
No importaba la distancia, no importaba el tiempo o el lugar; simplemente había
cosas en su vida que no habían cambiado.
Ese «nosotros» era una de ellas.
Edward
acarició su cuerpo con aquella seguridad que siempre había sido parte de su
personalidad, mientras se acomodaba entre las piernas de la joven, que parecía estar
adherida a su pecho. Con un beso sobre su clavícula, el muchacho se inclinó y
se deslizó dentro de ella, mientras un gemido mutuo se perdía en la oscuridad
de la habitación, únicamente iluminada por las luces del exterior. El rítmico
vaivén comenzó en aumento, al igual que las palabras susurradas con voz ronca,
mientras ambos recordaban las noches entre besos y caricias furtivas, cuando
aún creían que el amor perfecto era para siempre.
Aferrándose
a aquella amplia espalda que sus dedos recordaban, Isabella dejó que el calor y
el placer se llevaran lo poco que quedaba de su buen juicio, que había
disminuido desde el primer rápido vistazo a aquellos ojos verdes. Dejó que sus
labios susurraran ese nombre, tanto tiempo absurdamente prohibido, mientras todo
a su alrededor se volvía banal y difícil de percibir. Sólo eran ella y Edward,
una vez más.
Y ese
cuerpo volvió a colapsar sobre el suyo, besando sus labios con calma, como si
el mundo se hubiese detenido una vez más sólo para los dos. Ese rostro volvió a
esconderse en ese hueco favorito entre su cuello y su hombro, mientras la
respiración agitada le hacía triviales cosquillas sobre la piel.
—Jamás
seré el idiota que te cantará sobre el amor, la luna y las estrellas —susurró
él, e Isabella sabía perfectamente a lo que se refería.
—Y yo
jamás seré la niña enamorada que te seguirá a todas partes —replicó ella, su
voz desgastada por el cansancio.
—Entonces
supongo que estaremos bien.
Hubo un
pequeño silencio, antes que Isabella, hundiendo las manos en el cabello ligeramente
broncíneo, replicara:
—Supongo,
sí.
Nadie
había comprendido jamás su relación, ni siquiera ellos mismos. Pero su
amor, como el de todos los demás, siempre había sido así: como un complejo
rompecabezas, cuya lógica siempre había sido inentendible para todo el mundo
hasta que las partes volvían a unirse.
Y ellos
decidieron que esa noche la pasarían atascados en el dilema del armado,
intentando ensamblar con naturalidad las
piezas que alguna vez habían hecho un dibujo hermoso.
Incluso
si sólo era para desarmarlo al día siguiente y volver a guardarlo en la caja de
los recuerdos.
............................................................
Muchas gracias Mrs Valenci... mucha suerte!!
15 comentarios:
Hola ¿Como andas? Bonito Song shot que demuestra que la cabezoneria de las personas puede mandar a la porra una relación tan bonita. El uno porque no quiere dejar su música, la otra porque no quiere acompañarlo. me ha gustado sobre todo porque me ha parecido muy real.
Un beso y suerte.
OH ES SORPRENDENTE ALGO NUEVO PERO MUY LINDO ME GUSTA. SUERTE
Como siempre lo mas hermosos que puedo leer me dan ganas de que mi pareja me amara de la misma forma aunque solo fuera una noche
mrs valenci tu me das esperanza de que aun puedo creer en el amor asi de espontaneo que una vez nos tuvimos te adoro
Hola!!Me encanto!!Es muy lindo...muy dulce..sincero!Hasta me dieron ganas de seguir leyendo!!!Te deseo toda la suerte!!!!Besos!!! :)
Hola, bonito song shot que lastima que no fueran capaz de adaptarse el uno al otro, creo que no hay necesidad de dejar tus anhelos solo es cuestion de saber manejarlo, pero en fin asi es la vida.........
Besos y suerte.
aaauuu Leady Cornamenta, como te conozco yo ;) jaja... esto fue hermoso. Gracias por campartirlo con nosotros. el amor es algo tan complicado a veces, cuando hay un tire y afloja, de un lado para el otro y nadie quiere ceder es lo mas complicado. Un besotes y mucha suerte ;)
¡Muchas gracias a todas! La verdad me entraron ganas de escribir algo basado en una experiencia propia y un poco más... real a lo que acostumbro, así que verdaderamente me alegro que haya gustado :) Tuve esa canción en la cabeza por semanas y fue genial tener una oportunidad para escribir sobre ella. ¡Saluditos!
MrsV. (O LadyC, para efectos prácticos jajaj).
Ohhhh!!!!!!!!!!!!!!!!! quede asiii O:o muy bello, si muchas relaciones son asi y por mas que el mundo no las entiendan hacen felices a los implicados, aunque el costemas adelante sea doloros, es uno por el que vale la pena pagar... bravo suertte
Chica el capí estuvo buenísimo!!! Me encanta la realidad que le diste al fic, hay relaciones que son así. Lo importante es que se amen y esten de acuerdo ambos!! Me encantó, te deseo mucho éxito!!! Saludos!!
Mrs Valenci, felicidades una bella historia, que al final tiene un final "relativo"
Mucho amor, pero ninguna concesión a el. Lo que prima es el interes personal, pq para ellos es más importante que seguir con la relación. Es otra opción, tan válida y respetable como la del amor.
Aunque Bella tampoco es que lleve una vida que le llene tanto, ni profesionalmente, ni económicamente, ni socialmente, así que al final me pregunto ¿es realmente lo que quiere ella? El no lo se pq no dice nada, pero parece al final que en lo personal nadie le da lo que le da ella, la comprensión, el sexo, el amor, la amistad.... así que ¿tambien es lo que realmente quiere el?
Creo que puede haber puntos intermedios,... o no, que dificil es esto de las relaciones.
Besos y suerte.
Me gusto la musica! no la conocia...pero ahora me recordara este OS, muy buenoo! Me gusto mucho, cuando alguien es para uno no importa el tiempo, la distancia, las situaciones que se viva, si el amor persiste a pesar de todo es lo interesante...Me deja imaginarme muchos finales alternativos, pero como romantica me juego a que Edward y Bella van a encontrar la estabilidad para estar juntos <3 me encanto! suerte!
me gusto la historia y el final me encanto. la frase con la que terminante la historia me parecio espectacular.
Suerte!
Saludos desde Colombia
Cris =)
Guauuuu!!!
Super!
Re bueno!
Me encantó! ¿Se nota? jajajaja
Que bueno ver algo que puede ser real, la vida de dos personas que se aman, pero que no van a dejar de ser ellas... A veces el amor está sobrevalorado, ansimos los suspiros y a veces ellos no van con nuestra realidad "real"...
Que buen escrito, bien planteado y desarrollado.
Gracias por compartirlo!
Un fuerte abrazo!
Y felicidades, tienes mucho talento!
Pocas palabras dichas, muchos sentimeintos encontrados, una historia muy real de dos seres que solo estan completos cuando se encuentran.
Muy, muy lindo.
Mucha suerte!!!
Woow cariño que talento me ha fasinado!!! Muy buena idea te quedo incrible, mi parte favorita fue el final...Dios!! ese final...me matoo!!!
Estubo muy tierno y nostalgico a la vez...
Te deseo mucha suerte!!!
♥♥♥
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